Hace tiempo tenía ganas de conocer Sarkis, ese clásico de Palermo que parece resistir al paso del tiempo con algo más que buena comida: con historia, con alma, con sabor. Y anoche, por fin, lo hice realidad. Fui con amigos, porque hay lugares que merecen ser compartidos.
Y no decepcionó. Platos abundantes, ideales para el ritual de pasar bandejas, cucharear hummus, descubrir texturas, comentar cada bocado. Probamos de todo: keppe, sarmá, tabule, shish kebab, entre otras delicias que parecen traídas directo del Cáucaso.
La atención fue impecable, de esas que te hacen sentir en casa, y el ambiente… lleno, como siempre. Hay cola para entrar, pero vale cada minuto de espera. Eso sí: el baño y el primer piso no son muy accesibles, un punto a tener en cuenta. Pero todo estaba muy limpio, y aceptan pago electrónico, lo cual facilita mucho.
Y cuando pensábamos que la noche había llegado a su punto más alto, decidimos dar un paso más: fuimos a conocer el nuevo local de Mamuschka Mamushka, la icónica chocolatería y heladería patagónica que ahora brilla también en Buenos Aires. Un lugar mágico, con estética de cuento y sabores que te hacen cerrar los ojos. Helados cremosos, chocolates artesanales, y una barra de bombones que es un peligro para cualquier voluntad.
El combo Sarkis + Mamuschka fue un viaje sensorial: de Armenia a Bariloche, sin salir de Palermo. Y lo mejor de todo: compartido con gente que quiero. Porque al final, de eso se trata.
Muchas gracias por pasar por este post!