Lo mío con el Malecón de Santo Domingo no es de ahora, de hecho, recuerdo que en mi infancia lo que más me gustaba de ir al Carnaval no era el desfile en sí, sino las contrastantes imágenes de los disfraces vs el mar.
De adulta, cuando trabajaba en la zona de Gazcue en una agencia publicitaria procuraba siempre desviarme para que la hora pico en la que el tráfico se vuelve un caos me agarrara con vista al mar y ante el colorido espectáculo del atardecer caribeño, cuyas tonalidades variaban según la temporada.
Por eso, cuando me enteré que habían remozado su perímetro me emocioné, pues aunque para mi el malecón siempre ha sido hermoso, no se sentía seguro y transitarle me causaba estrés por la cantidad de huecos, rupturas y raíces que colmaban las aceras y que garantizaban tropezones a una caminante torpe como yo.
Siempre he amado mi malecón, al punto de que lo he extrañado en sobremanera cuando he vivido en ciudades sin mar… Allí he ido a celebrar alegrías, compartir gratos momentos y hasta dejar que alguna que otra pena se fuera entre el vaivén de las olas y los baños de salitre.
Dime, ¿tienes tú algún recuerdo bonito cercano al mar? ¿Cuándo fue la última vez que lo visitaste?