PILLUELOS Y CARTERISTAS QUE PUEDEN AMARGARTE EL VIAJE
Antes de entrar en materia quiero decir lo siguiente sin ánimo de ofender:
La mayoría de los blogueros de viajes escriben sobre lugares que nunca han visitado, solo para ofrecer al pie del blog un enlace con la compra de un bien y servicio.
En ningún caso voy a recomendarles ningún seguro de viaje, hotel, restaurant o línea aérea.
A mí no tienen que darme likes, ni suscribirse a mi canal ni nada que se le parezca.
No espero sus agradecimientos.
Todo lo aquí escrito obedece al interés de aportar información verídica y sin maquillar.
Cuando se habla del tema de la seguridad por las calles de cualquier ciudad, en los tiempos en los que vivimos, lo más lógico es de inmediato ponerse a pensar en la posibilidad de un atentado terrorista y como evitarlo. Si evitar los lugares concurridos donde un conductor suicida haga de las suyas, jugando al boliche con un gran camión batiendo a los inocentes transeúntes y visitantes de la zona, o por otro lado, evitar lo más posible los medios de transporte que usualmente son objetivo de ataques, como el transporte aéreo o los trenes en horas pico.
Sin más preámbulo me salto todo lo anterior y voy a tratar el tema de los carteristas y los distintos métodos de pillaje que pueden dar al trasto con los planes de viaje de las personas y amargarles la visita a cualquier destino elegido.
Recuerdo con gracia mi reciente y última visita a Paris, capital de Francia. Fue en un largo viaje en el que retornaba desde Japón, en unas vacaciones de 23 días por ese hermoso y seguro país, donde relajadamente uno puede moverse por la ciudad y sus atestados medios de transporte público, sin temor alguno a ser víctima de los carteristas y los tantos pilluelos de los que se ven por otras ciudades del mundo.
Habíamos reservado 8 noches en un apartamento de la ciudad de Paris, ubicado por su comodidad en los alrededores de la parada de metro de Chatelet Le Halle. Este lugar había sido en años anteriores un mercado de abastos de la ciudad, pero en ese momento estaba siendo remodelado y reconvertido en un centro comercial de inversión estatal, con quioscos y negocios particulares de todo tipo, desde supermercados hasta tiendas de vestir y telefónicas.
La razón de elegir esta zona, lo fue que el metro que sale desde el aeropuerto Charles de Gaulle, llega directamente hasta esa estación que está más o menos céntricamente ubicada a unas cuantas calles al norte del rio Sena, por lo que cómodamente y a pie, puede uno visitar la mayoría de los importantes puntos turísticos de Paris. Era mi sexta visita a la ciudad, por lo que sabía muy bien lo que quería ver y hacer durante aquellas ocho noches de descanso, después de una larga jornada de visitas por todo Japón.
Para recoger las llaves del apartamento, había que dirigirse a una locación ubicada a dos manzanas de donde estaba el apartamento. Por ser sábado el día de mi llegada, tuve que recoger la llave con un complicado pero práctico sistema en el que le dan a uno la información de códigos para abrir puertas, códigos de la caja negra del pasillo donde se encentra la llave del apartamento, más el código de la puerta del edificio del apartamento y finalmente la llave para abrir la puerta del apartamento. Uff, arrastrando mi equipaje por las calles empedradas de Paris, cansado por un interminable vuelo de más de doce horas de duración, me dirijo soñoliento, sudoroso y pegajoso con mi mochila y mi maleta al rastro, cuando me pasa por el lado un anciano, barbudo, de larga y descuidada melena blanca que le caía por los hombros. Caminaba encorvado y con un bastón que casi no le permitía moverse, quien además tenía unos temblores y emitía unos fuertes quejidos de dolor con cada paso que daba, como si le doliera la pierna y todo su cuerpo por el esfuerzo de caminar.
Al verme, levantó la cabeza y extendió la palma de su mano abierta hacia mí, en señal de petición de ayuda. Conmovido ante tanta desdicha y dolor en este mundo, metí las manos en mis bolsillos y todas las monedas que tenía se las di al señor. Eran unos cuantos euros, entre cuatro y siete. Al ser monedas uno no les da la importancia que tienen y ni siquiera las cuenta. Una camarera que por la vidriera del restaurante donde trabajaba veía lo que estaba sucediendo, salió en mi ayuda, negando con la cabeza y chisteando con la boca en señal de desaprobación por lo que yo acababa de hacer. Me habló en francés, idioma que no hablo más que lo muy básico, pero pude entender perfectamente, que acababa de cometer un error y el señor me había engañado. Di las gracias a la camarera y con risas y lágrimas seguí mi camino, contento de que solo habían sido unas cuantas monedas las que me había birlado el viejo actor, merecedor indiscutible de la dorada estatuilla.
Dos días después, mi compañero de viaje me señaló al mismo anciano en el metro, lo pudimos distinguir con la misma ropa, el mismo bastón y la barba descuidada, quien caminaba perfectamente y sacaba una botella de licor para empinarse un trago, para luego mirarme con desdén como si fuese yo una perfecta basura.
Otro caso que merece mención y que acontece por los espacios verdes que bordean a la Torre Eiffel, es el de las tres niñas carteristas que piden la cooperación de las personas para los niños huérfanos de algún lugar. Las niñas cuyas nacionalidades son de algún país de Europa del este, con dientes de conejo y brillantes ojos verdes, promedian los doce años y se acercan a las personas hablando todas juntas, riendo y charlando con una presunta inocencia típica de los adolescentes de esa edad, que por todo ríen y para los que la vida es un eterno carnaval de felicidad. Al hablar las tres al mismo tiempo, rodean a las personas y mientras pones tu firma en un listado que te acredita como donante para una buena causa, una de ellas le saca la cartera al incauto y la otra se hace con su firma, con lo que ya tienen el conjunto completo para hacer las compras fraudulentas que quieran con sus tarjetas de crédito.
Yo había leído algo sobre el tema por la web y estaba enterado del asunto, por lo que alerté a mi compañero de viaje para que cuidara bien su cartera y echándoles pestes a las niñas pude apartarlas de nosotros, revisando bien que estuviésemos completos, con carteras, aparatos de celulares y cámaras fotográficas. Las niñas ante las negativas dulces y decentes de las personas de bien, no obtemperan a marcharse, por lo que es necesario hablarles con energía y si es posible soltarles un par de malas palabras en tono agrio para poder zafarse de ellas. Los adultos que las acompañan están en los alrededores con navajas de las denominadas sevillanas, dispuestos a defender a sus niñas, así que mucho cuidado y no las toquen, que por demás es ilegal pegar a un niño.
En Roma, frente a las escalinatas de la Plaza España, me aconteció que se acercó a mí una preciosa muchacha de trenzado pelo rubio, de grandes ojos azules, serenos como un lago, vestida de gitana y adornada con finos collares de reluciente oro y otras piedras preciosas, para ponerme conversación sobre no recuerdo que tema en específico. Hablaba italiano y español casi perfecto. Pero inmediato dio inicio la conversación, una señora de nacionalidad italiana que paseaba su perro, le dijo a la muchacha que se fuera y me dejara en paz, a lo que ella obedeció rápidamente, diciéndome la señora que tuviese mucho cuidado, que esa chica era una conocida ladrona, que los vecinos de la zona echaban siempre del lugar.
En la ciudad de Siena nos aconteció algo similar, revisábamos un mapa y discutíamos acaloradamente sobre la mejor ruta para llegar a la Piazza del Campo, la plaza principal de la ciudad y una de las plazas medievales mejor conservadas de Europa, cuando se nos acercó una muchacha a prestarnos ayuda para encontrar lo que buscábamos, entonces una señora desde su balconcillo, la reprimió diciéndole que se fuera y nos dejara en tranquilos, sino quería que llamase la policía. La señora nos dijo desde las alturas que esa muchacha era una ladrona, y nos indicó amablemente la ruta que debíamos seguir para llegar a la plaza.
Las ciudades más inseguras en ese sentido, son Paris, Roma, Madrid, Ámsterdam, Buenos Aires y cualquier ciudad de Brasil y América Latina. Pero en Santo Domingo, República Dominicana de donde soy, no hay carteristas, aquí prefieren ponerte una pistola al pecho.
Quiero antes de continuar con mi relato, agradecer a todos aquellos héroes anónimos que de alguna manera nos salvaron el pellejo, ahorrándonos algunos euros y el mal sabor de haber sido estafados o robados por algún malhechor.
Por las ciudades más proclives a ello, en los medios de transporte público se ven los anuncios y carteles que indican en varios idiomas, el tener cuidado con los carteristas y otros estafadores. Mi consejo final al respecto, es que los hombres no debieran utilizar cartera para moverse por los transportes públicos. Póngase a los bolsillos algunos billetes de cinco euros, amarrados con una pequeña liga de goma, acompañados con un documento de identidad como el DNI o la licencia de conducir o su carnet de empleado, porque hay que andar identificado por si ocurre cualquier eventualidad y hay que mostrarlo a la policía.
Leído esto no se acobarde, y no por ello deje de viajar, la vida a pesar de sus tantos sinsabores sigue siendo bella, vívala al máximo, y que mejor forma de hacerlo que coger la mochila y lanzarse a conquistar el mundo.
Actualizo este escrito en 2018 para indicar, que para mayor comodidad y tener ese sentimiento de paz y tranquilidad que todos buscamos cuando estamos en la calle, estuve mirando los blogs y videos de viajeros con más experiencia que se refiriesen el tema de los carteristas y los estafadores, pero para sorpresa mía, es muy poco lo que se dice al respecto en las redes sociales.
Por esa razón, estuve mirando por Amazon, la posibilidad de comprar una correa o cinturón, de los que traen una cremallera o zíper interno para guardar algo de dinero, por unos 13 dólares se puede comprar algo así, pero el espacio que deja no es suficiente para guardar más allá de unos cuantos billetes, encima de que no hay espacio para guardar una tarjeta de crédito. Como única salida y para mi paz interior cuando ando en transporte público, se me ocurrió llevar varios de mis pantalones al sastre, para que me cociera algunos bolsillos internos. Así lo hice y por solo unos 10 dólares al cambio, tres de mis pantalones fueron habilitados con bolsillos internos, adheridos con tela fuerte y cremallera, donde cabe una cartera de hombre, pasaportes y teléfonos móviles.
Con todo esto, estoy preparado para emprender mi próximo viaje en los próximos días, en los que termina el verano y los turistas en masa vuelven a sus casas.
Si les gusta como escribo, tengo en mi pc, algunos de mis escritos publicados hace algún tiempo, que también puedo compartir con ustedes.
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José Olivier
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