Don Quijote, Sancho y las cigueñas

Cuando tenía nueve años mi padre me regaló para mí cumpleaños un libro que me hizo soñar durante muchos meses; recuerdo que, cuando estaba leyendo las últimas páginas, no quería terminarlo. Dejaba días sin abrirlo y en ocasiones regresaba a capítulos anteriores. Sentía que si acababa el libro sería como una despedida; sería dejar de soñar con caballeros, con molinos y con castillos. Deseaba fervientemente poder algún día recorrer los caminos por los que Don Quijote de la Mancha paseaba en la novela. Mi padre me convenció que la terminara de leer diciéndome que ese libro se debía leer tres veces en la vida: la primera para reír cuando eres niño, la segunda en la adultez para no dejar de soñar y la tercera en la vejez para ver lo nostálgica que puede ser la vida y aun así ser hermosa.

Cuando crecí hice un listado de lugares que quería recorrer y entre ellos estaba Alcalá de Henares, la tierra que vió nacer a Miguel Cervantes, autor del libro, en 1547. Me hacía ilusión conocer ese lugar, por eso en enero del 2018 viajé a Madrid. Estuve un mes allí y visité varios lugares cercanos a la capital como son el Escorial, Segovia, Aranjuez y el mismo Alcalá de Henares. Este queda a tan solo 30 minutos desde la estación Atocha en Madrid, el boleto de ida y vuelta cuesta aproximadamente 8 euros.

Lo primero que hice al llegar fue ir a visitar la casa de Miguel de Cervantes, hoy museo, ubicada en la Calle Mayor. Por ser lunes no logré entrar, pero justo en la puerta encontré a Don Quijote de la Mancha y a Sancho Panza sentados en una silla, como si dieran al visitante la bienvenida a su casa. La Calle Mayor tiene terrazas y músicos, que ambientan el camino de piedra que conduce hasta el centro de la ciudad.

Aunque mi motivación para llegar a este lugar fue Don Quijote, me sorprendió gratamente la ciudad porque imaginaba que era un poco más grande y al ser tan pequeña y fácil de recorrer la encontré acogedora. Me dirigí al colegio San Idelfonso, el edificio principal de la universidad de Alcalá, fundado en 1499 por el cardenal Cisneros.

Después de visitar la universidad decidí caminar hacia la plaza de Cervantes y durante mi camino, como por arte de mágia, me fijé en unas aves enormes que sobrevolaban el lugar. Tomé mi cámara y frenéticamente comencé a oprimir el obturador. Su hermosura me había atrapado y las veía como las imágenes que de niña contemplaba en los libros que hablaban de lejanos lugares y cuentos de viajes. Me acordé de que a menudo esos libros relacionaban esos pájaros con los nacimientos, explicando ingenuamente el milagro de la vida.

Realmente no había visto aves tan hermosas en toda mi vida. Le pregunté a un chico que pasaba cerca de mí que tipo de aves eran y me respondió que eran cigüeñas. Quedé maravillada porque por primera vez veía un mito sobrevolando mi cabeza. Mi rostro se iluminó con una enorme sonrisa y me pasé más de una hora observando a los enormes pájaros. Me fascinaron los nidos en la cúpula de los edificios e iglesias, su plumaje blanco, la perfección de su vuelo y el contraste que hacían con el cielo.

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